lunes, agosto 6

Consecuencia.

Perdí la visión del camino, a medida que avanzo me encuentro con un sendero desconocido, uno que no estaba en mi mente, y en el temor de mis pasos siento que voy olvidando el motivo de este viaje.

Imagino la distancia que voy a alcanzar, como una línea donde no alcanzo mis promesas, creo que cargo con el pasado como una deuda y hay una parte de mi que sabe que esta caminata era inevitable, Cuando tomo la decisión de continuar adelante me obligo a transitar por un camino desconocido antes de alcanzar el propósito de este viaje, es un camino que no aparece en el mapa que aún memorizaba.

Me prometí varias acciones en el camino y no es que tenga que rendir cuentas ahora, mientras avanzo. Pero la insensibilidad de seguir adelante sin recordar el porqué me genera un aumento de cansancio, necesito chequear el mapa cada centenar de pasos, adaptar mi convicción a la realidad, saber que no he perdido el norte. Necesito saber que aún puedo ver con claridad el destino.
Caminar es adaptarme, no significa abandonarme, pues mis sueños van a pedir cuentas.

Me pregunto si se apoderó de mi la complacencia en algún punto del camino, no quiero ver el rostro de arrepentimiento en el espejo nunca, ni aunque sirva de consuelo. Esa no es la manera que quiero avanzar.

Quiero ser quien continúa la marcha, sé que puedo seguir adelante, quiero ser quien vibra al ritmo de los latidos incansables del ascenso a la cumbre, quien justifica la inclemencia en los infatigables pasos sucesivos que remontan la marcha, admitir con dolor y espasmo que el esfuerzo ya es recompensa de quien camina hacia sus promesas, que no quedaron olvidadas en el tiempo.

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